Fue un día intenso. Demasiado. La suerte me depositó temprano en Rosario, la ciudad donde Argentinos definiría su destino en Primera División. Mientras mi mente se apoderaba de temores e inseguridades con respecto al equipo, y los otros partidos, miles de hinchas de Newell’s festejaban la obtención del Torneo Final. Veía tanta fiesta, banderas, bombas de estruendo, murgas, y yo sentía tanta angustia y sufrimiento. Una realidad sumamente contrastante.
Llegaron un par de horas antes al Estadio Marcelo Bielsa. Las caras de los integrantes del plantel mostraban confianza, entusiasmo. Esas características que yo no tenía producto del miedo: no podía ni quería imaginarme cómo sería afrontar un nuevo descenso. El inicio del partido, y los necesarios goles de Vélez y River, me calmaron bastante. Pero la tarde seguiría jugando, asustando o alimentando (con palos, travesaños, atajadas) mi ilusión de seguir en Primera.
Newell’s vivía su fiesta. No le interesaba el partido en sí, y tampoco se podía vivirlo con normalidad: no había hinchas de Argentinos, y los de la Lepra buscaban ansiosos algún rival para decirle algo, pero los dirigentes y periodistas tratamos de contenernos. River ganaba, Vélez también. Por lo que San Martín perdía, al igual que Atlético Rafaela. Una situación espectacular que favorecía al Bicho, pero que no iba a poder resistirse mucho tiempo. Era necesario que Argentinos ganase su partido.
En eso, Pablo Hernández roza la pelota y me brinda el ahogo final. Claro, porque no pude gritarlo. Miré a mis colegas de Argentinos y nos fuímos todos juntos, bien rápido, a festejar en el vestuario. El cuerpo técnico y jugadores abrieron las puertas de su máxima intimidad, y pudimos festejar todos juntos un año más de Argentinos en Primera. La unión hace a la fuerza, y eso se notó este 23 de Junio de 2013, en Rosario, en El Parque de la Permanencia.
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