Más allá de su condición de “bostero incondicional”, definida por él mismo, Juan Román Riquelme se imaginó mil veces debutando con la camiseta de Argentinos Juniors, mucho tiempo atrás, cuando sus gambetas juveniles asombraban a lo largo y ancho del país, y también en torneos internacionales. Y un día, 18 años después de lo esperado, llegó el debut… Hoy, con 36, el enganche y su técnica ingresaron al campo de juego para deslumbrarnos a todos. Aplaudamos, por favor, que el 10 es sinónimo de fútbol.
Ovación en su llegada al estadio (con los parlantes a toda cumbia en sus manos), ovación en el calentamiento, y ovación en el ingreso al campo de juego. Riquelme fue el último de los 11 titulares en ingresar, y las miradas se enfocaron casi todas en él, más allá de las presencias de Cristian Ledesma y Matías Caruzzo, entre otros. Todo el cariño que le mostró la gente del Bicho quedó de margen cuando el 5 de Boca Unidos, Matías Escobar, decidió darle otro tipo de amor. El cariño del volante, convertido en una molesta marca, fue devuelto por el 10 con un codazo. No sería el primer roce, ya que si bien había marca personal sobre él (de la cual se desistió posteriormente, debido a que se movía mucho por la cancha), se alternaban entre los jugadores rivales para castigarlo cuando se escapaba del marcaje.
El enganche se hizo amo y señor del juego de Argentinos, ordenaba el ataque y se paraba casi como un falso 9, ante la ausencia de un genuino centrodelantero (Gonzalo Castillejos lesionado). Con Reinaldo Lenis y Juan Ramírez demasiado abiertos, Román quedaba prácticamente en soledad por el medio, y cuando tenía que retrasarse para asociar con el Lobo, perdía esa posición de referencia en ataque. A este problema, Borghi lo solucionó colocando en cancha a Guerreiro, y así, Román logró más libertad para moverse y enloquecer a los defensas del cuadro correntino.
Siempre, pero siempre, Riquelme buscó interactuar con los volantes, incluso le costó un tanto entenderse con los chicos del club (Nagüel, Iñíguez, etc.), pero con los minutos fueron encontrándose. Quizá su mayor bajón en el encuentro fue sobre el final de la primera parte, donde perdió cinco pelotas al hilo. Luego, en la segunda parte, recuperó la manija y empezó a ubicarse sobre todo en el sector izquierdo del ataque de Argentinos. Allí fue donde, tras el bello y preciso pase de Iñíguez, marcó el único tanto de la tarde, ante la falla del arquero Garavano. Un remate con la derecha que picó justo antes del cálculo que el uno de Boca Unidos, lanzado en el suelo, había realizado.
Su condición física aguantó los 94 minutos de juego. Y aunque su desgaste fue meramente ofensivo, es decir que corrió muy pocas pelotas para recuperarlas o para defender ante la posesión rival, el cuerpo de JR dio señales positivas de cara a un torneo que será intenso, ya que en cuatro meses se definen los cinco ascenso por zona. Su técnica y magia, porque Juan Román es un mago, siguen intactas, y eso hace ilusionar a todos los hinchas del Bicho, y a los amantes del fútbol que se acercaron al DAM o vieron por tele las gambetas del 10.
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